Abrirse al amor

9/30/20162 min read

Regreso a lugares que recuerdo. Trato de acurrucarme de nuevo en los espacios entre los troncos de los árboles con los que crecí, pero ya no encajo. El musgo y las raíces se han apoderado de todo, justo como los Baobabs de los que me advirtió el Principito años atrás. Ese lugar no es el que alguna vez frecuenté. Ese espacio ya no existe más.

Confort, seguridad y memoria. Un reflejo de algo que quería, pero nunca tuve. Una promesa rota. No hecha por la persona que pudo cumplirla, pero si por la persona necesitada. La gente no se convierte en otras personas por imaginar una chispa de esperanza. Lo que se ve es lo que hay, debo asegurarme de estar poniendo atención.

Las cicatrices en mi piel me recuerdan que casi terminé en una morgue hace un año. Me dicen que soy fuego a merced del viento. Me puedo extinguir. Personas cercanas a mí me comparten que jamás me habían visto tan feliz como lo estoy ahora. Me dicen que lo merezco. Que me lo he ganado. Que lo valgo.

Inhalo bruscamente y me doy cuenta que he estado con un pie dentro y un pie fuera de la vida. Insegura de reconciliarme con esa Xareni que solo vive en mis recuerdos. La que yo pienso que soy, pero que de hecho nunca he conocido. Con pasión. Con emoción. Una relación sin complejos. Con atributos que no reconozco por miedos e inseguridades que me llevan a pensar que no existen en absoluto. Que no soy el tipo de persona que merece algo. Un desperdicio de vida. Pero al diablo con eso.

La semana pasada me quebré al llegar a casa. Después de el trabajo. Me acosté con mi perro en el patio. Lo envolví en mis brazos. Nos mantuvimos juntos como una madre y un niño pequeño. Se frotó en mis piernas y me hizo sentir perfecta, a pesar de que estaba a punto de llorar y le decía que estaba rota. Me demostró su confianza al quedarse dormido en mis brazos, sin miedo de lo que pudiera venir. Y le creí. Mi respiración se fue alentando hasta relajarme. Él descubrió la parte de mí que podía ser consolada. Eso es abrirse al amor. Amar y ser amada sin miedo. Me sentí lista para empezar a hacerlo conmigo y con otro ser humano.

Esa misma tarde cuando entré a casa con mis padres, no me dirigí directo a la cocina sin mirarlos siquiera. Me senté en la sala y les dije que me sentí mal, que tenía miedo de que me despidieran del periódico y me dijeran que no tenía talento para escribir. Que no era lo que estaban buscando, a pesar de haber recibido buenas críticas por parte de la editora y el jefe de información. En lugar de encerrarme en mi cuarto para hundirme en mi cama y dejar que esos pensamientos pudrieran poco a poco mi razón, dejé que los brazos de mis padres abrazaran la parte de mí que podía ser consolada y sus palabras me llenaron de voluntad para seguir adelante.