Con mis manos

8/7/20152 min read

Odio esta hora del día, es temprano para cenar y tarde para estar contigo; las manecillas del reloj no marcan ni siquiera las siete, parezco ser toda alma, mi cuerpo no cabe en su propia piel, quisiera arrancarla y habitar todo este espacio que justo ahora luce tan amplio.

Obsesionada por el tic tac empiezo a contemplar mi cuerpo, sabes bien que empezando no puedo parar, en especial me pierdo en mis manos, en ellas recuerdo el daño que me he hecho y todos los cuadros que he pintado, son mi parte más vulnerable. Tan delgadas, un poco frágiles. Corrompidas por la ansiedad del momento, despiertan en mí el profundo deseo de querer ayudarlas, hacer algo por ellas, pero mi anhelo se consume en una leve caricia. La derecha es más indefensa que la izquierda, en ella se deja ver un pequeño cayo por donde comienza el dedo índice. Rompe su armonía. La bulimia se ha comenzado a notar.

Alzo la mirada, sólo han pasado cinco minutos y ya he terminado mi té, sabes que lo tomo de flores silvestres para poder dormir. Normalmente a esta hora suele rescatarme de mi misma, pero parece que hoy no lo lograré, siento cada instante tan débil, como si estuviera a punto de quebrarse. Y es que ya no sé que hacer, lo he intentado todo.

Desganada, casi arrastrándome, salgo a caminar por ningún lugar, me llevo al perro, porque me anima ver la curiosidad con la que se acerca al mundo, pero esta vez no es suficiente, lo siento. Parece que está a punto de suceder y no quiero, no otra vez.

Derrotada, en un último intento para entrar en mí, me derrumbo en mi cama, lo siento, lo siento, lo siento, he comenzado a llorar. Que alguien me detenga por favor, que alguien me encierre, ¿que nadie ve lo que estoy a punto de hacer? Absurdos pensamientos, estoy sola, nadie vendrá. Ni siquiera tú.

Sonriente, bajo las escaleras corriendo, abro la puerta del refrigerador y comienzo de nuevo.

Me desconozco, yo no soy quien veo ahí, ella está tan perdida, ¿quién eres tú? ¿Qué haces en mi casa? ¿Por qué devoras mi comida? Parece tan necesitada y hambrienta que la dejo ahí, yo sola me siento en la sala a esperar; deseando esta vez, sólo esta vez, no terminar en la taza de baño, haciéndome daño, con mis manos.