En el límite

7/21/20162 min read

Vivir con trastorno límite de personalidad es difícil. Cada día es una batalla contigo misma. Esforzándote por alzar tu voz interna, solo un poco más por sobre los gritos de tu cabeza que dicen que tus amigos y seres queridos te odian. Una palabra equivocada, una mirada equivocada. Todo lo que se sienta como rechazo, es rechazo. Después te obsesionas con eso. Luego tratas de separar las cosas. Tu mente es una zona de guerra. Tratas de controlar a todos los contraincantes y es laboriosamente agotador.

Quieres estar sola pero al mismo tiempo la soledad te aterra. Cuando logras hacer una conexión con alguien te aferras. Te obsesionas porque eso es lo que haces. De pronto cesan las llamadas, mensajes, acompañado de ausencias y nuevamente sientes el rechazo. No importa el por qué. Te vuelves déspota, fastidiosa. Lo suficiente para alejar a las personas a tu alrededor. Te quedas sola. No piensas en cuántas personas estaban de pie sobre esos puentes mientras los quemabas.

Algunos días se sienten como si no tuvieras corazón. Otros se sienten como si este fuera a explotar fuera de tu pecho. Algunos días apestan, los odias. Algunos días son fantásticos pero vives con miedo porque «es demasiado buenos para ser verdad». Nunca sabrás quien serás al despertar la mañana siguiente. Siempre estás cansada pero nunca eres capaz de dormir. No hay un final. Entonces piensas en que si durmieras para siempre todo podría terminar. Se cruza por tu mente la idea de la muerte, pero al escuchar a tu alrededor que el suicidio es para cobardes te hace sentir incomprendida.

Sin embargo estos meses ha crecido una voz distinta en mi mente. Llegó de afuera. De mi equipo médico, pero sus ecos se quedaron resonando en mí hasta que pude germinar mi propia voz: «Nunca, nunca te rindas. Hay una razón por la cual estás pasando por esto. Puede que no esté muy clara justo ahora, pero un día no muy lejano echarás la vista atrás, hacia este momento y dirás: lo tengo. Y lo sabré, desde mi corazón, es verdad. Lo sabré». Al menos me gusta pensar que es así. Que todo lo que llega a nuestro camino es porque necesita estar ahí. Hay un gran regalo esperando por nosotros en ese lugar. Una lección, un mensaje, una transformación. Necesito confiar. Quiero confiar. No darme por vencida. Seguir caminando hacia adelante. Pelear por lo que creo. Dejar ir las ideas que me gritan que «las cosas deberían o podrían ser...,» sólo recibirlas cómo realmente son. Aceptar. Adaptar. Seguir caminando.

Las respuestas que estoy buscando están dentro de mí. Han estado, desde el principio. Y es tiempo de escuchar.