Hambre
5/26/20162 min read
Nunca en toda mi vida me pregunté de dónde vendría mi siguiente comida. Mis padres se ocupaban de eso. Y aun así, con una basta diversidad de alimentos sobre la mesa, hubo semanas en las que elegía solo una porción de verduras y agua. Siempre tuve el lujo de estar más preocupada sobre mi presupuesto semanal de alcohol y de ropa nueva. Además de que recientemente tomé la decisión de enfocarme más en ponerme borracha y lucir genial sobre el hecho de alimentarme. Y no estoy orgullosa de ello. Mi terapeuta y mi psiquiatra me han orillado, mejor dicho, forzado ha conscientizarme sobre eso. Y estoy agradecida. Solo así he empezado a liberarme lentamente de otro tipo de hambre que me ha tenido atrapada un largo tiempo. Un tipo específico que voluntarios y centros de donación no pueden combatir: «El hambre del corazón».
Hace poco un viejo amigo me envió un mensaje. La conversación inició de la forma para la que estamos programados: «Las cosas van bien, no hay nada nuevo...», pero esa vez sentí una especie de canica atorada en mi garganta. Respiré profunda y lentamente, justo como en clases de yoga les sugiero a mis alumnos y volví a la carga: «No, de hecho, ¿sabes algo? Las cosas han sido bastante difíciles estos días, he estado vomitando mucho, mal alimentándome y aunque no estoy segura del por qué. Estoy luchando para mantener mi cabeza por encima del agua para no ahogarme». Él cesó de escribir, tal vez sorprendido, tal vez por no estar seguro de qué responder a algo como eso. Valorando sus opciones. Decidiendo si estaba dispuesto a tener esa conversación incómoda conmigo. Como si se estuviera convenciéndo a dar el paso. Y lo dió. «Sí, bien, yo tampoco me encuentro bien». Y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, me sentí satisfecha. Pero no porque alguien a quien quería tanto la estuviera pasando mal, sino porque en ese segundo, con el corazón en la garganta, sentí una verdadera conexión.
Parecía como si ambos estuviéramos apenas sobreviviendo. Sostenidos por una débil cuerda que colgaba sobre nosotros, mientras la corriente del río seguía su curso. Esperando que no se rompiera. Torcidamente hubo algo de confort en eso. Porque si él había conseguido mantenerse a flote todo este tiempo. Tal vez yo podía hacerlo también. Así que pensé que tal vez, solo tal vez, podía ser un poco más fuerte. Solo un poco más valiente si dejaba de cerrar mi corazón.
© 2024. Todos los derechos reservados.