Las alas de Colin

10/1/20233 min read

Tras entrar al salón, me dejo caer en el pupitre que está delante del escritorio del profesor. Ha sido un día largo. Las ventanas están atascadas y el calor que se siente es tan sofocante y angustioso, como los interminables apuntes que tuve que repasar durante el fin de semana para el exámen de hoy. Colin ya está aquí, a dos lugares de distancia, nunca lo suficientemente lejos ni lo suficientemente cerca. Igual que el viernes y el día anterior, viéndome a hurtadillas desde el otro lado del aula, con esa mezcla de interés e indiferencia que siempre consigue alterarme los nervios. Ha sido así desde que fue transferido al colegio un mes atrás. Irresistible, sutil, peligroso. Cuando está a mi alrededor, siento como si llevara en la mochila una bomba de dinamita con la mecha encendida. Es cuestión de tiempo para que estalle. Para desarrollar sentimientos por él.

La atracción es como una cerilla que prende de golpe y se enciende temblorosa. Sucede a diario: una sonrisa perfecta en la parada del autobús, una voz arrolladora, la silueta de un cuerpo que te despierta la piel. Pero luego el momento pasa, la flama de la atracción se apaga, apartas la vista, te subes al camión y sigues tu camino. Hasta que ocurre con alguien que está en todas partes... Dos asientos a tu izquierda, en los bebederos del pasillo, a la hora del almuerzo con una charola entre las manos, corriendo en la cancha durante la clase de deportes. Su presencia permanece incluso después del regreso a casa. En ocasiones aparece en tu habitación a la hora de hacer los deberes y casi sin darte cuenta garabateas su nombre dentro de un corazón en la esquina del libro de Ciencias, también al tumbarte en la cama mientras te tocas bajo las sábanas antes de dormir.

En cualquier caso, rebobinemos. Cuando el último de mis compañeros cruza la puerta, el profesor comienza a repartir los exámenes. Al tomar el mío, me obsesiono con una mancha de tinta en la hoja que parece una mosca y después me pongo manos a la obra. Puedo sentir la mirada de Colin mientras intento con todas mis fuerzas recordar la ley de Newton, ¿alguien tiene una capa de invisibilidad?

Después de entregar la prueba, recojo mis cosas y salgo del aula, no sin antes mirarlo una última vez. Colin tiene un tatuaje de mariposa monarca que surca su mano derecha, con las alas desplegadas sobre los metacarpos que me hacen preguntarme si una caricia suya me llevaría al cielo, además de un rostro de esos que nunca esperas ver, excepto tal vez en las esculturas de mármol que estudiamos en la clase de Historia del Arte. Me resulta difícil decidir quién es más bello, si el David de Miguel Ángel o el joven de rizos castaños frente a mí.

Casi he dejado atrás el instituto cuando escucho un grito en el aire que lleva mi nombre, y se me eriza la piel al oírlo porque es él, sé que es él. En cuanto logro que me respondan las piernas, me giro sobre mis pies y lo veo venir montado en la misma bicicleta con la que siempre llega a la escuela.

—Hey… —dice casi sin aliento después de quitarse un auricular de la oreja.

—Hey… —digo.

Hay una tensión insoportable cuando dos personas se atraen pero ninguna lo ha reconocido aún. Me recuerda a las pavesas que se ignoran y terminan causando un incendio sin remedio. ¿Y luego qué? ¿Sofocarlo? ¿Controlarlo? ¿Mirar a otro lado hasta que las llamas lo consuman todo? ¿El deseo permanece aún en las cenizas?

—Olvidaste tu chaqueta.

Una sonrisa lánguida curva mis labios.

—¡Caramba! ¡Gracias! —La tomo de su mano y la tibieza de sus dedos se queda conmigo. Es apenas un roce suave, pero me calienta por dentro.

—Me preguntaba… —Se frota la nuca—. ¿Puedo llevarte a tu casa?

—¿Por qué no? —Encojo los hombros con aparente indiferencia, pese a que mi corazón late con fuerza contra mis costillas.

Entonces inicia una nueva escena, una que no hemos ensayado antes: conmigo sentada en el manillar de su bicicleta mientras él pedalea con rapidez para mantener el equilibrio. Apenas hablamos, pero da igual porque todas esas palabras no dichas flotan alrededor y se mezclan con la música que compartimos con los audífonos.

De repente, cuando llega You are so beautiful de Joe Cocker, Colin disminuye la velocidad hasta detenerse por completo y luego… luego se me sube el corazón a la garganta.

—¿Me concedes esta pieza? —susurra en mi oído.

Al ver su mano junto a la mía, asiento sin pensar y de un brinquito pongo los pies sobre la tierra. Literalmente, porque en el mundo de las ilusiones puedo ver cómo Colin me tiende sus alas para empezar a volar.