Más que un juego infantil
APUNTES
5/6/20252 min read


Cada burbuja que se eleva es un universo encapsulado, una constelación de momentos que reúnen anhelos y pérdidas: la risa de un amigo que resuena desde el olvido. La chispa de un nuevo amor que arde en un rincón de tu corazón, en dónde antes solo había cenizas de nostalgia. La mirada fugaz de un desconocido que te despertó la piel...
Y sus colores, esa luz reflejante del sol que dibuja arcoíris sin mucho esfuerzo, son los cambios. Esos locos extraños que a menudo nos atemorizan: las canas en donde antes había pelo castaño. Flores abriéndose al sol. Sonrisas chimuelas. Estrías tras el embarazo. Pecas en la piel a causa del sol...
Al igual que las personas, los días, las plantas y los animales, las pompas de jabón nacen brillantes y llenas de promesas, para luego debilitarse y esfumarse en la nada, dejando tras de sí solo una humedad invisible y la sensación de que algo hermoso se ha perdido. Es triste pero también mágico.
Un destello de esperanza que nos recuerda la belleza intrínseca de la existencia. Son la prueba tangible de que algo delicado y perfecto puede surgir de lo más simple: de una mezcla de agua y jabón, impulsada por el aliento de un niño o el suave susurro del viento. Un desafío momentáneo a la gravedad y al implacable paso del tiempo. Son la encarnación de las posibilidades, como una estrella fugaz que cruza el cielo nocturno, que deja una estela de asombro antes de desaparecer en la oscuridad, recordándonos que, incluso lo más pasajero, deja una huella vibrante en el universo.
Las pompas de jabón son más que un juego infantil. Sobre su frágil superficie vela la efimeridad de la vida misma y esa incapacidad del ser humano para poseer las cosas intangibles. Podemos poner un vinilo sobre un tocadiscos para escuchar una vieja canción, tomar una fotografía para capturar un atardecer o escribir una carta de amor. Pero no hay forma de detener el tiempo. Tampoco podemos coger un sentimiento y guardarlo en un cajón. Nos conformamos con ver burbujas flotando a la deriva porque es imposible cogerlas con las manos sin que estallen al contacto y nos salpiquen la nariz. Su iridiscencia temblorosa es una lección constante para aprender a apreciar cada momento sin poseerlo. La importancia de no aferrarse y dejar ir.
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