Nunca más

9/2/20151 min read

Luego del canturreo se detuvo y su respiración se aceleró. Cuando se acercó a mí pude sentir como mi piel se encendía con la rapidez de un incendio forestal. Y por primera vez no tuve dudas. Ni siquiera después de colgar el teléfono. Sus caricias fueron el agua que ahogó su «te amo» en el olvido. Debía irme de ahí, volver a casa con Juliette, pero en lugar de salir por la puerta del hotel, me quedé. Su abrazo duró más de lo normal, tanto que su exquisito perfume se quedó en mi ropa. «¿Está pasando?», me pregunté y de pronto sus labios me arrancaron un gemido.

Si lo pienso bien, la idea de irme y dejarlo ahí duró en mi mente lo que tardó en llegar, un suspiro. Así que no perdí más tiempo y le correspondí. Todavía estoy seguro que sus amigos podían oirnos desde la otra habitación, podían oirme luchar con mi cinturón y el cierre. Sin embargo no me importó. Abrí los ojos tanto como pude, lo besé y lo vi bramar con deseo mientras paseaba sus ansiosas manos por mis costados.

Una de las cosas buenas de Londres era que nadie hacía preguntas nunca, pero él era diferente, era, como yo. Con una curiosidad insasiable. Él quería saberlo todo. Quién era yo. De dónde venía. Si era mi primera vez con un hombre. Y lo que yo menos quería era pensar. Así que me dejé llevar.

Y esa noche, como ninguna otra noche, al meterme a la cama no me preocupó ninguna cosa, no sentí inquietud, no tuve miedo. Lo único que pensé antes de hundirme en su boca fue que no había ningún otro lugar donde quisiera estar y que la idea de «hacer el amor» nunca más sería el mismo.