Ser y estar

9/29/20241 min read

«Estar» es sencillo. Casi como respirar profundo para llenar los pulmones antes de elevar el pecho y dejarte mecer por las olas del mar. Pero «ser» es mucho más complicado. Se parece más a contener el aire para sumergirse despacio, bajo el agua, a profundidades insospechadas. Tiene que ver con descubrir y asimilar. Aferrarse y soltar. Perder y encontrar ¿Lo más aterrador? Enfrentarse a un puñado de viejas cicatrices y heridas abiertas que supuran nuevos silencios, decepciones y fragilidades, esas tan delicadas capaces de fisurarse en grietas insondables. ¿Lo más gratificante? La humanidad infinita que te atraviesa el alma y te impulsa a salir de nuevo a la superficie, desbordada de vida, que al final será memoria.

¿Qué son las estatuas y monumentos sino testimonios de una vida que era y ya no es. Cuerpos de bronce y mármol mudos que han dejado de ser para dar paso a un verbo más sencillo: estar.

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Ser no tiene edad. Tampoco estar. Y sin embargo, es la única permanencia que trasciende a la muerte.

Si las personas nos aseguráramos de ser y no solo de estar, la vida sería menos triste.

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