Shoganai

7/23/20234 min read

Con una sonrisa, Hinata alzó su copa en alto.

—¡Por el verdadero amor! —gritó.

Brindé con ella. Chin. Chin. Y luego le di un trago largo a los martinis que acababan de servirnos. Era el último sábado antes de nuestra boda y me había convencido a base de insistir para que saliéramos un rato por ahí como en los viejos tiempos, aquellos en los que, junto a Haruki, solíamos ser los mejores de los amigos. Terminamos donde siempre, en Shoganai, un popular bar en el centro de Tokio y donde era imposible estar sin encontrarte a alguien que no te conociera, aunque fuera de una forma superficial. El nombre del local era una de las palabras más hermosas del japonés y significaba «no se puede evitar», lo que en esencia resumía muy bien lo que pasaría esa noche.

Estábamos sentados a la mesa junto a la barra en la que servían las bebidas y sobre nosotros bailaba una hilera de farolillos rojos de papel que contrastaba con el cerezo plantado justo en el centro del lugar.

—¿Qué te ocurre? Estás más serio de lo normal.

Aparté la vista de la aceituna que quedaba en mi copa y la miré, tenía los ojos llenos de preguntas que no tenía idea de cómo responder.

—Nada —mentí, dejando que la verdad bajara por mi garganta, impidiéndole salir.

Yo no era de esas personas que acostumbraba guardarse las cosas, pero me daba miedo contarle lo que en verdad flotaba en mi mente desde la mañana en la que Haruki fue a verme a la oficina para decirme que debía cancelar la boda. O tal vez, lo que en verdad temía eran las consecuencias que arrastraría mi honestidad. Respiré hondo, incómodo y con la boca seca a pesar del cóctel. Y después me propuse olvidarme de todo durante el resto de la noche; o el mayor tiempo que fuera posible.

—¿Cómo estuvo la prueba del vestido? —añadí.

—Bien, aunque tendrán que hacerle un par de ajustes por culpa de todos los postres que comí en vacaciones.

Le sonreí sin humor y la música del bar nos arropó por un rato, hasta que ella suspiró sonoramente y contrajo sus labios en una línea recta y tensa.

—Takahiro…

—Eh, ahora vuelvo. —Me levanté tras dar el último trago—. Necesito orinar.

Me tomó del brazo y yo clavé la vista en su deslumbrante anillo de compromiso.

—¿Acaso te estás arrepintiendo? Porque si es eso, aún estamos a tiempo para…, ya sabes.

—Por supuesto que no, ¿estás loca?

Hinata esbozó una sonrisa trémula antes de soltarme y yo me alejé de la mesa haciendo un par de paradas para saludar a algunos conocidos. Abrí la puerta de los servicios de un empujón y carajo, se me paró el corazón cuando vi que Haruki estaba dentro. Recuerdo que casi me dolió mirarlo, porque desde la última vez que hablamos ya no me parecía suficiente.

En cuanto notó mi reflejo en el espejo frente al que se lavaba las manos, se volvió hacia mí como un tornado. Tenía la mandíbula apretada y el ceño fruncido. Con esos indicios debería haberme imaginado lo que iba a hacer, pero no, así que cuando avanzó hacia mí me tambaleé con el primer puñetazo. El dolor era punzante y sentía el sabor metálico de la sangre en la boca, sin embargo yo solo podía pensar en dejarlo desahogarse, porque al menos podía darle esa pequeña felicidad.

Después de varios golpes, escupí en el suelo y Haruki se detuvo, porque se dio cuenta de que yo no tenía intención de defenderme.

—Eres un cobarde —dijo, pero antes de que me diera la espalda, lo sujeté y lo sometí con todas mis fuerzas.

—No debí confiar en ti y no sé qué haces aquí —jadeé abrumado mientras lo retenía contra la pared—, pero no te vayas aún. No puedes irte. Por favor, quédate —le rogué y después me rendí ante el deseo que llevaba reprimiendo lo que en ese momento me pareció toda una vida.

Y cuando nuestros labios chocaron entreabiertos, despacio, hundí mi lengua en su boca buscando la suya. No quería detenerme. No podía detenerme. Busqué algún resquicio de sentido común en mi cabeza, pero dejé de intentarlo en cuanto sentí que a Haruki se le puso dura, porque, carajo, eso era lo último que necesitaba. Esa puta tentación debajo de su pantalón.

—Esto se me va a ir de las manos —gruñí.

—Por mí está bien —respondió agitado, buscándome.

Impaciente, atrapé su labio inferior entre mis dientes, y empecé a caminar sin soltarlo hasta que nos encerramos en el último de los cubículos. Me puse a sus pies, le bajé la cremallera del pantalón y a Haruki se le escapó un gemido cuando lo recibí en mi boca. Entonces me rodeó la cabeza y me atrajo hacia él, más y más rápido, con movimientos arrebatados llenos de deseo. Cerré los ojos, sintiendo cómo sus manos se enredaban en mi pelo, sintiendo el calor de su piel, lo jodidamente bien que sabía y mis manos apretando su trasero, mi perdición. Fue en ese momento que abrí los ojos y alcé la vista porque no quería perderme su expresión mientras se corría. Él se agarró de la pared antes de gemir una última vez y yo lo miré convencido de que mi vida estaba a punto de cambiar al tiempo que Haruki arqueaba la espalda y se derretía en mi boca.