Trenes y despedidas
9/16/20151 min read


Marcharse de sitios, personas y costumbres, es un boleto de tren. Un hasta luego. O un hasta nunca. Después de ese beso de despedida vestido de ternura, alojas el equipaje de tus recuerdos bajo el asiento, acomodas la espalda en el respaldo y con los ojos llenos de lágrimas miras por la ventana cómo la velocidad de los vagones te arrancan de raíz de todo aquello que una vez conociste: La estación, los departamentos amontonados a las afueras, los circundantes y las multitudes haciendo fila para entrar al que una vez fue tu restaurante favorito.
Todo ha dejado de pertenecerte, quién sabe si es algo que empezó a ocurrir desde que descubriste nuevos horizontes en esas vacaciones familiares, cuando recorriste carreteras inexploradas montado en una caravana con tus amigos, durante el intercambio escolar a otro país o en el instante en el que esas manos extranjeras descubrieron tu piel. Pero te vuelves ligero, como un globo de helio que se mece con el viento mientras las vías bajo tus pies te conducen por rutas desconocidas de un mapa que te cuesta leer, porque atraviesan fronteras que ni siquiera sabías que existían.
Con la frente descansando sobre la ventanilla, la melancolía se te enreda en el corazón, porque recuerdas que hubo un momento cuando encajabas en la ciudad que poco a poco deja de figurar al otro lado del cristal, hasta que el otro día, antes de girar la perilla para abrir la puerta para salir a la vida se convirtió en una tarea titánica al borde del fracaso.
Y así, conforme el tren avanza sobre los rieles, tu corazón echa la vista atrás, convirtiendo en recuerdo aquel momento preciso en el que la inquietud anidó en tus pasos, mientras te preguntas si llegarás a tu destino, o si la tristeza y el miedo, te harán bajarte antes de lo esperado, para dar marcha atrás y volver a lo conocido, aunque ese ya no sea tu lugar.
© 2024. Todos los derechos reservados.